Hemos decidido salir del lugar de víctimas -que es también el de objeto- y politizar el sufrimiento singular.
Lo que era privado se transformó en dolor y fuerza colectiva.
Ese espacio revolucionario y fecundo que desborda “mi” frontera, que desea compartir, que rompe con el encapsulamiento, arriesga, porque requiere de un gran coraje atreverse a exponer lo íntimo, romper con el pudor y la norma.
La apuesta es el abrazo de toda la diversidad que alberga la vida y la quema de todo lo que nos prive de la libertad de ser.